Detrás de la puerta.


La llave en el cerrojo y el ruido al abrir anunciaron mi llegada. Siempre tuve la sensación de que al abrir las puertas uno encuentra lo que no espera; la soledad después de un día de trabajo, el desorden después de un robo, la amante usurpando nuestro lugar o las luces apagadas esperando sorprendernos cuando se encienden. Por eso siempre procuro hacer ruido al entrar, para que la soledad tenga sonido, el ladrón salga huyendo y la amante tenga tiempo de vestirse. Era una más de mis manías y funcionaba, porque así la soledad es llevadera, nunca me han robado y mi lugar es usurpado sólo cuando Cristina y yo cambiábamos de posición en la cama.

A mi nunca me han gustado las sorpresas: ni sorprenderme ni sorprender. Abro la puerta, enciendo la luz y ahí está ella. Cristina está sentada en la mesa, viste el vestido rojo que sabe me hace perder la cabeza, que sabe me vuelve loca. Me siento mal por llevar el saco y la falda de oficina, pero ella con su mirada me hace sentir hermosa. Todo parece la escena de una película romántica, sólo falta el camino de pétalos hasta la cama. Yo la veo, mis pupilas se dilatan, dejo caer las bolsas al suelo y me dirijo a ella. Huele a mi comida favorita, me aseguro al verla servida en la mesa, humeante esperando ser probada, saboreada como los labios sin maquillaje de Cristina. Me acerco hacia ella, me inclino y la beso suavemente. Ella se aparta, apresurada le da un trago a su copa y me abraza la nuca con sus brazos. Me jala hacia ella y me da un beso sabor Merlot. 
- No cerraste la puerta- me indica.
- Oh, no amor. Lo olvidé – Respondo.

Cristina se pone de pie, camina hacia la puerta lentamente mientras yo la sigo con la mirada. Como Cenicienta deja una zapatilla a la mitad de la sala, la otra antes de llegar al vestíbulo. Se detiene frente a la puerta mientras yo la sigo viendo. En un movimiento que aun no descifro el vestido rojo se halla en el piso dejando al descubierto su cuerpo desnudo. Veo su cabello corto, los huesos de sus hombros, las hendiduras de su espalda, los hoyuelos en su cadera, la firmeza de sus nalgas, sus piernas largas y puedo ver, aunque me de la espalda, su sonrisa pícara. Entonces ella simplemente cierra la puerta y camina hacia mi. 


Sí, esa sensación de que uno encuentra lo que no espera detrás de una puerta seguirá en mí, porque Cristina me hace encontrar lo que yo nunca espero.