Perspectiva.

Me alejo y todo es cíclico. Hay veces que debo alejarme hasta de mi para tener esa visión, esa capacidad de darme cuenta que nada es tan grave como parece, que todo termina por pasar de largo y que la vida es un constante avanzar algunas veces con dirección y otras sin rumbo. Avanzas, es una verdad irrefutable. Hay veces que requiero de una visión panorámica para poder darme un respiro y  ser objetiva.

Me coloco y todo es continuo. La mayoría del tiempo vivo el día a día. Afronto los problemas sencillos y tomo decisiones poco trascendentales que me permiten pensar en los días como sucesos continuos ligeramente diferentes pero repetitivos. Esa es la zona de confort, es la zona ciega y de estabilidad. Es la zona conformistas y eterna. Es vivir en el presente sin intención de trascender. Esa zona me aburre y de ahí parte esa necesidad propia de odiar los planes y amar la espontaneidad.

Me adentro y todo se detiene. Rara vez me detengo, pero llega a ocurrir. Es en aquellos momentos paralizantes, puntos de inflexión en la vida donde hay que tomar decisiones importantes y que de no hacerlo, sentimos que nos hemos detenido... para avanzar hay que decidir. Esos momentos llegan varias veces en la vida y he comenzado a verlos con cierta alegría, como si fueran una oportunidad en espera. Me cuesta afrontarlos y generalmente es necesario alejarme y tener un panorama global. Es cuando comienzo a cuestionarme todo; mis acciones, mis pensamientos, mis deseos... todo. Me aterra, porque cuando llego a este punto sé que las respuestas no me van a  gustar y que esa es la razón del por qué comencé a preguntar. 

Siempre lo he tenido claro, es cuestión de perspectiva.